‘INVERNADERO’
- AUTOR: Harold Pinter
- TRADUCCIÓN: Eduardo Mendoza
- DIRECCIÓN: Mario Gas
- REPARTO: Gonzalo de Castro, Tristán Ulloa, Carlos Martos, Isabelle Stoffel, Jorge Usón, Javivi Gil Valle y Ricardo Moya.
- LUGAR: Teatro Romea, Murcia
- FECHA: Jueves, 8 de octubre
6457 ha muerto. Su madre no lo sabe. Hacía un año que no lo veía y ahora cree que está, no en la casa de reposo que regenta Root, sino en una de convalecencia. Sabe, gracias a Lush, que le vendrá bien el cambio. Lo necesitaba, claro. Porque “hay personas que necesitan ayuda para recuperar la confianza en sí mismos y en el mundo”. Menos mal que están ellos…
6459 ha tenido un hijo. No podrá quedarse con él. No estaría bien visto. Alguien del personal profesional, esta vez, no pasó el informe. Y mira que Root lo ha repetido… Relaciones sí, niños no. Se desharán de él. Si nadie lo echará de menos, ¿por qué lo iba a echar de menos su madre?
Una muerte y un nacimiento. Pero ni siquiera sabemos quiénes son. Los que los ‘cuidan’, tampoco. A los números sin rostro que llenan las habitaciones de este ‘Invernadero’ no los vemos. A Harold Pinter no le hizo falta mostrar a las víctimas para que temiéramos a los verdugos. No le fue necesario enseñar el sufrimiento para que palpáramos la crueldad que, desde los despachos, derrochan entre risas, locura y alcohol quienes mandan mientras celebran su particular Navidad –sí, con este panorama lo que nos faltaba eran los villancicos sonando, desasosegantes, entre escena y escena–.
Estos tres mandamases hielan la sangre. La oscuridad que desprende Lush (Jorge Usón), la locura de Root (Gonzalo de Castro) y, ¡ay!, esa escalofriante corrección, esa sonrisa helada que, señor, claro señor, lo que usted diga, señor, no se va ni un segundo de la cara de Gibbs (Tristán Ulloa). Los tres juntos, dirigidos por el maestro Mario Gas y dando una lección de humor negro, muy negro, con un toque de absurdo, son lo mejor de este montaje que va poco a poco tomando fuerza tras un arranque algo anodino. Aunque ahí está la sonrisa de Gibbs para avisarnos de que nos agarremos a nuestras butacas.
De Castro, que no es actor de mi devoción, convence conforme avanza la representación y logra que sus aspavientos y su excesiva gestualidad casen finalmente con la cada vez más evidente locura del megalómano Root. Usón dibuja un personaje complejo, servil pero dominante, oscuro y cínico. Y lo de Ulloa… ¡Un disparate! No se puede mostrar más con menos ni transmitir tanto con un tono de voz plano y una sonrisa que le tiene hasta que provocar calambrazos en los mofletes. Junto a ellos, los correctos Javivi Gil Valle y Ricardo Moya y una poco creíble Isabelle Stoffel como la señorita Cuts, que no da en ningún momento la talla como ‘femme fatale’.
El reparto lo cierra Carlos Martos, un Lamb simple y un poco pavo –lo que le resta credibilidad– que sueña con un ascenso sin sospechar que está rodeado de lobos que a veces sí logran devorar a los corderos. Asfixiante y fantásticamente interpretada, eso sí, es la escena del ‘interrogatorio’ de este pobre hombre que encierra la clave de una historia que transcurre en un lugar indeterminado pero no tan ajeno. Y eso es lo más desasosegante, claro. Que los números sin rostro, la maldad y el poder voraz no son tan ficticios como nos gustaría creer.
Por cierto, este ‘Invernadero’ abrió la temporada del Teatro Romea de Murcia. Una temporada “de transición”, dicen, pero que ya huele a nuevo… Larga vida.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 11 de octubre de 2015