‘FEDRA’
- PRODUCCIÓN: Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Pentación Espectáculos
- AUTOR: Paco Becerra
- DIRECCIÓN: Luis Luque
- ESCENOGRAFÍA: Monica Boromello
- INTÉRPRETES: Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Eneko Sagardoy y Tina Sáinz
- LUGAR Y FECHA: Teatro Romea de Murcia / Viernes, 6 de octubre
Tiene Fedra (Lolita Flores) la mirada hueca, como una muerta. Como quien pierde su corazón en el interior del un volcán. Susurra al fin y asegura que nunca había subido tan alto, allí donde de golpe toda la naturaleza se espesa.
Sabe Fedra que quien opone resistencia al amor paga el precio de que se apodere de él. De ella. Tiene palabras que le arden en el filo de la lengua y ha aprendido que lo que no se dice se pudre… Y la podredumbre no es sino la antesala de la muerte.
Clama Fedra –y despierta el aplauso del público– que lo que quiere ella es vivir. Vivir. Sentir. Desear. Amar. Ajena a su locura. A la locura que siempre es el amor y que no hace sino crecer, llegar aún más alto, cuando se trata de un amor prohibido. Porque a quien ama Fedra, y ha decidido no ocultarlo más, es a Hipólito, al hijo de su propio marido.
Paco Becerra y Luis Luque cuentan que han construido esta Fedra no en base a lo que ha llegado a nuestros días desde tiempos de Eurípides, sino a una primera versión que parece ser que el autor griego escribió pero que modificó ante el rechazo del público, transformando la valentía del personaje en culpabilidad.
En esta Fedra del siglo XXI, la protagonista, convencida de que quien ama nunca debería avergonzarse, continúa su camino por el borde del precipicio. Construye Lolita a las órdenes de Luque, y gracias al texto de Becerra, una Fedra pasional, sexual, abrasadora, impúdica, arrebatada hasta el exceso –¡cuidado!–. Un personaje lleno de aristas que la actriz domina en la contención pero que se le va a veces de las manos –a ella y al director–, sobre todo cuando decide confesar su amor a Hipólito en una arriesgada escena de locura y acoso que las risas entre el público demuestran que no termina de funcionar.
Vuelve Lolita afortunadamente a coger las riendas de su personaje y continúa dibujando los matices de Fedra con su fuerza y su voz rasgada, con su pasión. Perfectamente arropada por el asceta Hipólito (Críspulo Cabezas), más interesado en las olas del cielo y las nubes del mar que en los placeres carnales o en un reino del que es heredero; por su hijo Acamante (Eneko Sagardoy), que se mueve entre el dolor y la ira; por la leal e instigadora Enone (Tina Sáinz, siempre magnífica), y por un marido al que ya no ama, Teseo (poderoso Juan Fernández). Un reparto al que acompaña una orgánica y sinuosa escenografía convertida en parte de la narración gracias a las proyecciones de Bruno Praena.
En una Fedra herida gana por un momento la partida el instinto de supervivencia –quizá lo único más poderoso que el amor– y culpa a Hipólito ante Teseo de todo lo ocurrido, pero no hay vuelta atrás y sigue al borde del precipicio por el que sabe que caerá. Porque el amor es maravilloso pero puede ser también una trampa. Porque nace de la pureza pero más a menudo de lo que nos gustaría se emponzoña, convirtiéndose en una condena. Porque es locura y enfermedad. Porque tiene el poder de poner el mundo a tus pies y, a continuación, abrir un abismo por el que te engulle la tierra, la espesa naturaleza, el volcán en el que hace tiempo se abrasó el corazón perdido.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 09 de octubre de 2018