Noviembre es el mazapán de los huesos de santo, los buñuelos y el arrope. Las flores y las oraciones. Noviembre es el mes de los difuntos y los santos, de los fantasmas sin calabazas iluminadas. Tiempo de donjuanes que, al final, mueren de amor por doña Inés del alma mía, de versos… De teatro.
“‘Don Juan Tenorio’ no es una obra para nostálgicos ni para mayores… Es para las familias y forma parte de nuestra tradición, transmite una emoción no contaminada por Halloween”, asegura el actor y director Julio Navarro Albero. Lamenta que actualmente “son muy pocas las ciudades en las que se representa”, aunque él, al frente de la Compañía Cecilio Pineda, está dispuesto a que los murcianos sigan musitando desde su butaca algunos de los diálogos de amor más famosos de la historia del teatro. Y lo podrán hacer muy pronto en el Teatro Romea, del 31 de octubre al 3 de noviembre (venta de entradas, aquí).
Navarro Albero lleva metiéndose en la piel de don Juan desde 1990 –un año después de que su padre, Julio Navarro Carbonell, retomara la compañía creada a principios del siglo XX e inactiva desde la década de los 70– y, aunque tenga que recurrir a la ‘magia’ del teatro para acabar con las canas de su barba, cuenta que ahora se siente mucho mejor dentro de la piel del protagonista de una obra que intenta que cada año llegue “renovada” a los espectadores. “Esa es mi mayor obsesión… Que todo llegue al público como si fuera la primera vez”, declara. Y a ello ayudará este año “el mobiliario nuevo, las estatuas y tumbas restauradas y elementos novedosos como la aparición de doña Inés”.
El vestuario de Cornejo y los decorados de finales del siglo XIX o principios del XX completan la puesta en escena de “un don Juan muy ortodoxo a conciencia; un Tenorio como Dios manda, pero que no suena a viejo, sino que es ágil, vivo, luminoso…” y en el que participan actores que son “primeras figuras” del teatro en la Región de Murcia. Ángeles Tendero, por ejemplo, volverá a convertirse en Brígida, aunque en la función del 1 de noviembre cederá todo el protagonismo a Pilar Pineda, primera actriz de la compañía a principios de los años 60. “Fue una doña Inés guapísima, sensacional… Ángeles tuvo la idea de hacerle este homenaje y, mucho mejor que entregarle una placa, era invitarla a volver a actuar”, explica el director.
Una pasional Doña Inés
Juanjo Ferrer, Juan Bastida, Juan Barrancos y Manuel Menárguez destacan también en un amplio reparto en el que Rocío Bernal encarna a una doña Inés “dulce y muy mujer… Muy femenina”. La actriz explica que, para ella, era “muy evidente” la pasión de su personaje. “Alguien que vive aislada de todo y que, solo por una carta y un encuentro a través de una celosía, se descompone de esa manera deja claro que es muy pasional”, añade Bernal, convencida de que la mayor dificultad de su personaje es “encontrar el equilibrio entre la pasión y la pureza”.
Por su físico y su voz, dice que no es “la típica Doña Inés, la típica dama”, y cree que la elección del entonces director de la compañía, Julio Navarro Carbonell, fue “una apuesta arriesgada”. En 2007 fue cuando llegó a sus manos este mágico personaje que forma parte de una historia que “sigue emocionando cada año a una gran variedad de público”, incluidos los jóvenes que, “acostumbrados a sus videojuegos, de pronto se quedan con la boca abierta”, apunta Navarro Albero.
La ‘donjuanía’ y el romanticismo
El actor y director cree que este montaje atrapa al público por dos cosas fundamentales: “Sobre todo, por el concepto de la ‘donjuanía’, denostado por las mujeres mientras que los hombres lo envidian. Está claro que el golfo gusta. Y si ese chulazo, además, se arrepiente, pide perdón y hasta muere por amor, consigue que todas las mujeres se rindan”, afirma sonriendo. “El otro pilar –añade– es doña Inés, la virgen cristiana y con unos fuertes valores humanos que logra redimir a la bestia. La obra de Zorrilla, a diferencia de otros ‘donjuanes’, tiene un final femenino, protagonizado por ese ser de luz que manda –no puede evitar recitar parte del hermoso texto– y lleva a don Juan a la gloria”.
Para el que pronto se convertirá en su protagonista, la historia de ‘Don Juan Tenorio’ no está tan alejada de la realidad: “Todos los hombres somos un poco picaflores hasta que aparece una doña Inés determinada y, claro, caes”, reconoce. Y recuerda que él, ya de adolescente, era “muy romántico”: “Leía poesía, escribía versos y moría de amor… Yo me he enamorado siempre, veo en todas las mujeres un componente que me alimenta de alguna manera”. Y Rocío Bernal, riendo, apunta: “Yo moría de amor hasta los quince años. Luego decidí vivir de amor”.
“El romanticismo, el amor no consumado y perdido” es, según Navarro Albero, lo que de verdad seduce a los espectadores que acuden cada año al Romea. Y a él también. Por eso, sin dudarlo, no elige la inmortal escena del sofá, sino la que su personaje protagoniza en solitario en el cementerio: “Ante la tumba de su amada –explica–, un hombre no miente, no puede mentir… Solo, ante el amor y la muerte, se sincera. Don Juan toca entonces el mármol como si fuera ella, necesita llorar y arrodillarse, abrazarla otra vez”. Inocente doña Inés,/ cuya hermosa juventud encerró en el ataúd/ quien llorando está a tus pies… Y recita de nuevo…
Hola, Julieta. Yo he visto una única vez el Tenorio y no es una obra que me apasione.Coincido con Navarro Albero, el hombre un tanto canalla gusta. Bueno, en pequeñas dosis. un saludo
Angeles Tendero…colosal. Un estreno precioso. Y el amor con mayusculas, que todo lo alcanza.