‘LOS HIJOS DE KENNEDY’
- Autor: Robert Patrick
- Versión y dirección: José María Pou
- Reparto: Emma Suárez, Fernando Cayo, Ariadna Gil, Alex García y Maribel Verdú
- Escenografía: Ana Garay
- Lugar: Teatro Romea, Murcia
- Fecha: Sábado, 25 de enero
Menos mal que detrás de la peluca rubia, de la tontería del tonto personaje –no por eso menos sabio– de la aspirante a actriz que quería ser Marilyn, está Maribel Verdú. Domina la actriz el escenario, sacando sonrisas al público y el jugo a un papel con demasiados tópicos que, sin embargo, se convierte en lo mejor de ‘Los hijos de Kennedy’, una obra sobre ideales perdidos escrita por Robert Patrick que dirige José María Pou. Enfundada en un vestido imposible –¡qué asquerosa la tía!–, Verdú recrea el mítico y presidencial “happy birthday” y protagoniza uno de los grandes momentos de una obra llena de estrellas que no brilla. Qué lástima.
Detrás de Rona, la ‘hippie’ de manual a la que no le queda droga por probar, manifestación a la que ir ni golpe que recibir, menos mal que está Ariadna Gil. Nunca la había visto sobre el escenario y es maravillosa. Está fantástica en su parrafada final, llena de desgarro, cabreo y desencanto. Unas palabras que salvan un poco un personaje de nuevo repleto de clichés, con falda larga, chaleco y bolso en bandolera incluidos. Qué lástima.
Y, claro, menos mal que detrás del actor fracasado, del artista gay que sobrevive gracias al pluriempleo, al ‘boom’ del tan alternativo como enmerdado –literalmente– teatro ‘underground’, está Fernando Cayo. El recuerdo de los inicios artísticos de su personaje, el baile de claqué alejado de todo glamour, la frescura que transmite y su empeño por romper la cuarta pared subieron el nivel en una velada en la que el Romea colgó, por segundo día consecutivo, el ‘no hay localidades’. Qué alegría, pero… ¡qué lástima!
El resto de personajes… ¡Ay! Ni Emma Suárez logra salvar a Wanda, fan ultra del asesinado Kennedy dispuesta a que su legado no se apague –un personaje que no evoluciona–, ni Alex García da credibilidad a Mark, el soldado que le escribe a su madre desde Vietnam y que no aporta nada nuevo al discurso de la crueldad de la guerra. Y no se puede evitar sentir que todo esto es un desperdicio de talento al servicio de un texto sin apenas historia. Un montaje que Pou, siempre grande, dota de ritmo, haciendo incluso interactuar a unos personajes que no interactúan –los cinco monólogos se desarrollan de forma intercalada–, pero que tiene demasiado de documental de barras y estrellas.
‘Los hijos de Kennedy’ fue un éxito en los 70, pero el tiempo no ha pasado en balde y en el 2014 es difícil identificarse con sus personajes. A pesar de que todos hemos visto romperse nuestros sueños… Y debería dar igual que todo se empezara a torcer cuando murió Marilyn o Amy Winehouse, cuando mataron a Kennedy o se fue Mandela. Porque todos –lo dice la ‘tonta’– caemos alguna vez en la nostalgia, en ese sentimiento que no es sino “una agarradera para los que tratan desesperadamente de encontrar sentido a la vida”. A eso precisamente dicen que suele ayudar mucho el teatro. Suele…