EL PÚBLICO
- COMPAÑÍA: Ksec Act
- AUTOR: Federico García Lorca
- DIRECCIÓN: Kei Jinguji
- TRADUCCIÓN Y ADAPTACIÓN: Yoichi Tajiri
- LUGAR: Teatro Circo Murcia
- FECHA: Miércoles, 21 de febrero
Un grito sordo. Un grito mudo llena la escena. Lo que no se dice, lo que no se escucha, lo que queda enterrado bajo la arena y transforma el amor en drama. Con un perturbador silencio comienza ‘El público’ de Federico García Lorca visto a través de los ojos de Kei Jinguji y Yoichi Tajiri, almas de la compañía japonesa Ksec Act.
Uno se pregunta, prejuicioso, en que se convertirá la poesía surrealista que Lorca vomitó en ‘El público’ tras pasar por el tamiz nipón. Cuestiona incluso, olvidando esa máxima no por manida menos cierta de que el arte es un lenguaje universal, si lo habrán entendido, si podrán sentir el dolor del autor, su soledad e incomprensión en una sociedad que creemos única porque es la nuestra, pero es igual de horrible y de hermosa que el resto. El amor, la pasión, la soledad, el miedo, las máscaras, la verdad y la falsedad, el dolor… Es distinto pero siempre es igual. Porque ya saben, Romeo puede ser un ave y Julieta puede ser una piedra, pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta… Enamorados.
Estábamos unas líneas atrás, expectantes y recelosos, en la entrada del Teatro Circo, escenario único de la Región donde puede sonar Lorca en japonés o Shakespeare en ruso –magia y riesgo a partes iguales– y en cuyo escenario el amplio elenco de Ksec Act aterrizó tras pasar por Madrid. Un escenario que acogió una representación hipnótica e incómoda a partes iguales, porque ‘El público’ duele, sean dichos sus diálogos en uno u otro idioma. La sensibilidad, como el amor, no entiende de sexos, de personas, ni de nacionalidades. Quedó claro.
Fue tan incómoda como hipnótica, porque a pesar de lo subyugante del texto, en ocasiones era lo de menos. Con una limpia y minimalista puesta en escena, las coreografías actorales se suceden, creando una atmósfera de una plasticidad desbordante, a veces delicada, como esas manos que asoman tras el biombo, y otras rota por la brusquedad con la que hablaban los actores. Y uno que pensaba que las sombrillas, los rostros blanquecinos y la coordinación nipona poco tenían que ver con la pasión lorquiana… Pero los lenguajes encajan, como Romeo y Julieta, porque Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa.
El cuchillo y el pez luna. El teatro al aire libre y el teatro bajo la arena. La falsedad y la verdad. La máscara y la desnudez. La censura y la libertad. El odio a todo lo que es diferente y el amor al otro, sea quién sea. ‘El público’ llama, y pasa, y arrasa. Como arrasa el dolor, que da paso al frío cuando solo quedan las cuatro paredes del drama.
“Que se sepa la verdad en las sepulturas”, grita Lorca en ‘El público’, artífice de un teatro que hace volar puertas y ventanas y propone colgar las máscaras, construyendo túneles bajo esa arena que a él terminó por ahogarle pero que no acabó con su voz. Porque frente al miedo y al silencio, frente al emperador y al público, Lorca enseña que siempre estarán la libertad y el amor gritado –no un grito sordo, no un grito mudo–, siempre quedarán Romeo y Julieta, porque Romeo puede ser Enrique y Julieta puede ser Gonzalo. Enamorados.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 24 de febrero de 2018