VANIA (ESCENAS DE LA VIDA)
- COMPAÑÍA: Heartbreak Hotel
- DIRECCIÓN Y ADAPTACIÓN: Àlex Rigola
- DRAMATURGIA: Lola Blasco
- ESPACIO ESCÉNICO: Max Glaenzel
- INTÉRPRETES: Luis Bermejo, Gonzalo Cunill, Irene Escolar y Ariadna Gil
- LUGAR: Teatro Circo Murcia
- FECHA: Viernes 23 de febrero.
Gonzalo (Cunill) salva vidas y bosques, pero no se puede salvar a sí mismo. Tiene los sentimientos atrofiados y ahoga en alcohol su cinismo. No desea nada, no necesita a nadie. Pero admira la belleza, a la hermosa Ariadna.
Luis (Bermejo) esconde tras su media sonrisa el sufrimiento. La certeza de un presente absurdo y la ausencia de futuro. La apatía y la pereza. Se agarra al amor no correspondido de Ariadna –la bonita Ariadna– antes de que la sonrisa se hiele y dé paso a un bote de pastillas.
Ariadna (Gil) está atrapada en su infelicidad, en la fidelidad hacia el profesor, un marido enfermo y viejo al que no quiere. Ven en ella sangre dionisíaca, una depredadora, pero no deja de ser un personaje secundario, anclada a su tristeza y arrastrando con ella a quien se acerca.
E Irene (Escolar), la joven Irene, sufre. El trabajo, el amor no correspondido hacia Gonzalo, la ausencia de su madre y la lejanía de su padre –aun compartiendo casa– hacen que sus ojos se humedezcan en plena batalla con la desgracia. Una batalla que, a pesar de todo, seguirá librando con resignación.
Gonzalo, Luis, Ariadna e Irene parecen, por su desolación vital, personajes de un drama de Chéjov. Lo son. Son Astrov, Vania, Yelena y Sonia. Y su casa, esa casa a la que llega el profesor y su mujer, a la que llega la destrucción, es una caja de madera. Un cubo con capacidad para sesenta espectadores donde, a pesar del reducido espacio, cabe todo el vacío del mundo.
Es hermoso el planteamiento de Àlex Rigola y estos cuatro magníficos actores para ‘Tío Vania’. Apostar por la naturalidad, la cercanía, la ausencia de artificios que enmascaren los sentimientos y la palabra desnuda siempre es un acierto. Un privilegio. Un placer.
Llegan los espectadores y Ari juega con un globo. Irene escucha música y Gonzalo y Luis andan por ahí, distraídos. Sin ninguna ceremonia –no hay oscuridad, aparición estelar ni aires de gran tragedia–, comienzan a contar su vida, ese verano en el que el futuro que no fue se presenta con más dureza que nunca. Se consume la vida, se apaga la llama y… ¿dónde está la felicidad soñada?
Hablan entre ellos, se dirigen al público, interpelan con su mirada. Con naturalidad desbordante, lo hacen cómplice, dejándole observar a través de la cerradura de esa puerta tras la que se esconde lo que uno no quiere ver, lo que uno no quiere ser pero que no ha podido evitar.
Conscientes de la ausencia de futuro, tratan quizá de salvarse por última vez con lo único que puede salvar. El amor. Amor no correspondido, amor que no era verdadero, amor paralizado por el miedo, amor transformado en desengaño que hace masticar flores. El amor, como escena principal de la vida, se pasea por este ‘Vania’… Pero no logra evitar el vacío, que se hace enorme en esa caja donde la naturalidad y el desenfado hacen que la realidad coja desprevenido al espectador:
– ¿Eres feliz?
– No
Y sí, falta un poco el aliento. Porque uno no quiere dejar de ver esa luz al fondo cuando haya que cruzar el bosque. Porque no quiere que la llama se apague, que se consuma la vida. Porque no quiere la resignación del descanso en la tumba. Porque… ¿y si…? Miedo.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 27 de febrero de 2018