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El palco de Julieta

El engranaje perfecto (crítica de ‘Los Miserables’)

Publicada en 20 octubre, 2014 de Julia Albaladejo
'Los Miserables', sobre el escenario del auditorio Víctor Villegas. FOTO: Carm

‘Los Miserables’, sobre el escenario del auditorio Víctor Villegas. FOTO: Carm

“Otra vez, un día más, sale el sol”. Al día siguiente de ver ‘Los Miserables’, la música sigue ahí… Bueno, aquí, en mi cabeza. Y uno quiere también seguir creyendo que “hasta en la noche más oscura amanece”, que “el futuro nos espera” y “empieza hoy”, aunque en el fondo, lo hemos visto en los ojos de Eponine o de Fantine, sabemos que la vida está llena de claroscuros, que en ella hay amor y esperanza pero también dolor e injusticia. Una realidad que Víctor Hugo atrapó en su famosa novela y que Boublil y Schönberg transformaron en el musical por excelencia.

En ‘Los Miserables’, que se puede ver en Murcia hasta el 27 de octubre, no falta absolutamente de nada. El bien y el mal se dan la mano en una historia oscura con tintes folletinescos, sí, pero que emociona. Mucho más cuando se le añade una música que engrandece los momentos de lucha y rebelión del mismo modo que hace que sobrecojan los más íntimos, cuando el escenario se queda vacío y sólo un haz de luz viste a los protagonistas.

Ya he dicho en alguna ocasión que los musicales no son mi debilidad –lo sé, estoy tentando a la suerte y al próximo se pensarán si dejarme entrar–, que me cuesta dejarme llevar por historias en las que se saludan, se aman, lloran y hasta mueren cantando, pero es cierto que, cuando el espectáculo es bueno –y ‘Los Miserables’, indudablemente, lo es–, tarda uno muy poco en pensar su propia vida casi en verso y, por supuesto, con música de fondo. Y hasta a los que somos más teatreros –a secas– que musicales nos cuesta cerrar la boca ante la espectacularidad de ver a una treintena de artistas formando parte de una puesta en escena perfecta y engrandecida con las proyecciones de pinturas del propio Víctor Hugo, que nos sumergen en las cloacas de París o que convierten casi en maravillosos trucos de magia momentos como el final de Javert.

Con un ritmo medido hasta el extremo, los números se van sucediendo de forma ágil y casi hipnótica, superando casi siempre los corales a los solos –con Ignasi Vidal y las ‘Estrellas’ me lo pienso–. Ver el escenario lleno de artistas es una maravilla y casi una tortura también, porque uno tiene siempre la sensación de que se ha perdido mil detalles en escenas como la de las ‘Chicas guapas’, el ‘Amo del mesón’ –lo que dan de sí siempre las tabernas en los musicales…–, ‘La boda’ y, por supuesto, las más revolucionarias, con la emocionante ‘Sale el sol’ a la cabeza.

Números en los que la escenografía es clave. Que se mueve, aparece y desaparece, cambia y siempre sorprende, con la precisión de una maquinaria perfecta. Me dicen que sí, que es verdad que todo lo que se ve en el escenario del Auditorio Víctor Villegas está ahí detrás, escondido entre bambalinas, meticulosamente colocado y medido. Pero me lo creo únicamente porque lo he visto. Porque he visto las barricadas, protagonistas de una más que impactante escena de lucha y muerte, las casas de los suburbios de París, la fábrica, los muelles, la taberna… ¡Un disparate!

Todos estos espacios, llenos de fuerza y plasticidad, cobran vida con un más que compenetrado equipo artístico de grandes actores y cantantes en el que destacan los protagonistas masculinos, incluido un niño que es otro disparate. Ignasi Vidal –esa ‘bestia’ de Bestia que muchos recordarán– firma un fantástico Javert, a la altura de su eterno rival, Jean Valjean, con el que Daniel Diges demuestra que es un gran cantante y un gran actor. Guido Balzaretti es un correcto Marius y Armando Pita y Eva Diago hacen reír convertidos en los geniales y caricaturescos Thénandier y señora.

Las protagonistas femeninas salen algo peor paradas. A Elena Medina (Fantine) le falta garra en una de las canciones clave, ‘Soñé una vida’, y a Talía del Val, que ha demostrado la calidad de su voz en otros musicales, no la termino de ver una Cosette creíble, tan cursi y con un timbre demasiado agudo que parece no encajar con el resto del reparto. Aún así, como ya sabrán, la rubia cursi se lleva al chico. Y no Eponine, una fantástica Lydia Fairén, nada afectada y derrochando naturalidad, a la que siempre se le escucha sobre la orquesta –no ocurría así con otros personajes–, que enamora al público y que es la encargada de recordarnos que las injusticias son parte también de la vida. Que nadie está a salvo de ser un miserable. Que los finales felices se alternan a veces con la tragedia, aunque tratemos de olvidarlo y nos consuele más escuchar, claro, que mañana volverá a salir el sol.

 

‘LOS MISERABLES’

  • Producción: Cameron Mackintosh y Stage Entertainment
  • Música: Claude-Michel Schonberg 
  • Letra: Herbert Kretzmer (traducción de Albert Mas).
  • Texto original: Alain Boublil y Jean-Marc Natel
  • Coreografía: Michael Ashcrotf 
  • Escenografía: Matt Kinley 
  • Vestuario: Andreanne Neofitou y Christine Rowland 
  • Iluminación: Paule Constable
  • Dirección: Laurence Connor, James Powell y Daniel Anglés (dir. residente)
  • Dirección musical: Arturo Diez Boscovich
  • Intérpretes: Daniel Diges, Ignasi Vidal, Armando Pita, Guido Balzaretti, Lydia Fairén, Elena Medina, Eva Diago, Carlos Solano y Talía del Val.
  • Lugar: Auditorio Víctor Villegas, Murcia
  • Fecha: Viernes, 17 de octubre

 

CRÍTICA PUBLICADA EN ‘LA OPINIÓN DE MURCIA’ EL DOMINGO 19 DE OCTUBRE

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