‘NOCEVENTO. EL PIANISTA DEL OCÉANO’
- AUTOR: Alessandro Baricco (traducción de Xavier González)
- DIRECCIÓN: Raúl Fuertes
- INTÉRPRETE: Miguel Rellán
- LUGAR: Teatro Romea, Murcia
- FECHA: Miércoles, 1 de junio
“No estás verdaderamente jodido mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quien contársela”. Lo decía Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento, el pianista más grande, ese cuya historia creó Alessandro Baricco y que el miércoles, un miércoles cualquiera, contó en el escenario del Teatro Romea Miguel Rellán, convertido en un trompetista de jazz que lo ha perdido todo… menos sus historias.
Se sube el telón del teatro con el público sobre el escenario, dejando al descubierto las butacas y palcos, vacíos, apenas iluminados. Y Rellán comienza a contarnos la historia del trompetista Tim Tooney, la historia de Novecento. Lo hace con el interior del teatro a sus espaldas, que así, desde el ‘otro lado’, se adivina inmenso, como el Virginian, como el mar.
Sin escenografía alguna, sin música –un acierto, porque no hay música que pueda estar a la altura de la que en mi cabeza toca Novecento–, solo con la palabra se enfrenta Rellán al público. Maestro del teatro, nunca había abordado un monólogo hasta que se encontró con ‘Novecento’. Dice que está en contra del “atletismo interpretativo”. No le hace falta. No hace falta. A veces una sencilla historia, bien contada, en este caso con un desnudo montaje dirigido por Raúl Fuertes, puede ser la mejor opción para viajar una noche a la inmensidad del mar. Una noche cualquiera de un miércoles cualquiera. Ya saben, viajar “hasta que la tierra se convierte en luces lejanas… Un recuerdo, o una esperanza”.
No es ‘Novecento’ el mejor texto de Baricco, pero tiene poesía, tiene su magia. Tiene esa capacidad de sorprender, de hacerte sonreír o de helarte la sonrisa. Y al minuto siguiente, estás bailando con el océano, en medio de una tormenta, sentado en el taburete junto a Nocevento y su gran amigo, deslizándote con ellos y con el piano de cola por el salón del barco. Él, nuestro trompetista, jura que pasó. Yo juro que bailé con ellos mientras escuchaba la música.
Nos cuenta Tooney/Rellán cómo llegó al Virginias con su trompeta y que tocaba, junto al resto de la orquesta, “porque el océano es grande y da miedo”. Nos narra la destreza de Novecento, describe esa música que no era música porque no existía antes de que él la tocara, recuerda su duelo con el inventor del jazz –y la música vuelve a sonar– y ese ‘¡zas!’, ese día en el que, después de 32 años viviendo en el mar, decide bajar a tierra para ver el mar.
Baricco siempre llena sus historias de hermosas paradojas, sencillas, así como de andar por casa… Y de pronto te descubres pensando en la necesidad de que nos cuenten historias, en la enormidad del mundo, en su belleza, en el vértigo de la elección que te cuenta quien, con su abrigo de pelo de camello, cuando llegó al tercer escalón, decidió no elegir. Pero que también decidió no volver a ser infeliz.
Con la maestría de quien parece hacer algo sin esfuerzo alguno. Con naturalidad. Con palabras, solo palabras, así contadas de cerca, Rellán demuestra su talento y su oficio. Y este músico de jazz, con su viejo traje y la corbata torcida, demuestra que lo puede haber perdido todo, incluso haber vendido su trompeta, pero que aún le queda una historia maravillosa que contar. Aún nos quedan historias maravillosas que escuchar. No todo está perdido. No todo es verdaderamente jodido.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 05 de junio de 2016