‘DONDE EL BOSQUE SE ESPESA’
- COMPAÑÍA: Micomicón Teatro
- TEXTO: Laila Ripoll y Mariano Llorente
- DIRECCIÓN: Laila Ripoll
- INTÉRPRETES: Mélida Molina, Arantxa Aranguren, Juanjo Cucalón, Aurora Herrero, Puchi Lagarde, Teresa Espejo, Antonio Sarrió, Carlos Alfaro y Néstor Ballesteros
- LUGAR Y FECHA: Teatro Circo Murcia / 6 de octubre
A la taberna de los muertos llegan de todas partes. Todos los días. Golpean la puerta y las ventanas con el horror en los ojos, contando una historia diferente pero igual a la de muchos otros y agarrando fuertemente con sus manos pequeños objetos que lograron rescatar del olvido. Una medalla, pendientes, relojes, gafas, fotos, llaves, juguetes, chupetes… Insignificantes objetos que, sin embargo, marcarán la diferencia en la fosa común, en la cuneta, al borde de esa carretera que se adentra allá donde el bosque se espesa.
Los responsables de la compañía Micomicón creen en el teatro comprometido con la vida. Lo han demostrado ya y vuelven a hacerlo en ‘Donde el bosque se espesa’, un espectáculo que, como señalan sus propios creadores, Laila Ripoll y Mariano Llorente, “posa su mirada en algunos momentos pavorosos del siglo XX con todo el armamento del que dispone el teatro: el asombro, la curiosidad, bastante rabia y algo de sentido del humor”.
Comienza todo con Antonia e Isabel sentadas ante una caja que su madre acunaba poco antes de morir, con esa profunda tristeza que mana de los huesos. Una de ellas la niega, la otra, con la ayuda de su hija, la abre y escudriña, dando forma con cada uno de los objetos que contiene a una historia intensa y sobrecogedora pero que resulta también demasiado ambiciosa y por momentos rocambolesca. Reconstruyendo un camino que va –ahí es nada– desde Santander hasta Sarajevo, pasando por París, Lourdes o Mauthausen. Juntando retazos de sus vidas, de su familia… de diferentes guerras que no son sino la misma guerra.
El montaje, de impecable factura y ambientación y puesta en escena sobresaliente, forma parte de un proyecto de investigación europeo que une historia, ciencia y teatro y que, sin duda, debe ser apasionante. Como apasionante e interesante es el planteamiento de esta obra de teatro que, sin embargo, no termina de convencer. Un espectáculo cuya trama se salpica de ‘viajes’ a esa taberna donde una magnífica Mélida Molina hace de grotesca maestra de ceremonias, envuelta en su mantón y en aire de oscuro cabaret y apelando a la música y al humor negro como modo de exorcizar ese horror que hasta roba el aliento.
Pero resulta que una taberna frecuentada por muertos es a veces más creíble que la historia que van desenredando y desenterrando Antonia y su hija Ana, ayudadas por un historiador cuyo discurso resulta artificial y excesivamente enciclopédico y por otros personajes construidos con desigual resultado. Un viaje que, aún así, y durante más de dos horas, atrapa, estremece, agita, desagrada –ese desagrado necesario– y hace fruncir el ceño imaginando lo que algunos personajes detallan que ocurre en la guerra. En todas las guerras. Porque da igual que sea aquí o allá, antes o ahora, cuando el odio, el dolor y la venganza llegan arrasando. Violaciones, palizas, abusos, asesinatos… Cuerpos y verdades que hay que desenterrar porque, como dice uno de los personajes al borde de una fosa, “es cuestión de higiene”. Porque ese es el único modo de que sanen las heridas y de hallar algo de paz en medio del ruido atronador de quienes aporrean puertas y ventanas pidiendo paso en la taberna. En la historia. En la memoria.
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 11 de octubre de 2018