‘EL COLOQUIO DE LOS PERROS’
- Compañía: Els Joglars
- Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico / Els Joglars
- Lugar: Teatro Circo de Murcia
- Fecha: Viernes, 27 de septiembre
Lo malo del ser Els Joglars es que uno ya llega a su butaca esperando algo bueno, muy bueno. Entiéndanme, ‘El coloquio de los perros’, que el viernes abrió la programación del Teatro Circo de Murcia (TCM), no es una mala obra. En absoluto. Y el aplauso final lo demostró. Pero en mi cabeza aún estaba el fantástico ‘El Nacional’ que representaron el pasado año en el Romea y, claro, el bípedo siempre quiere más.
En esta ocasión, la compañía catalana, ya cincuentona, decidió inaugurar una nueva etapa regresando a Cervantes, un valor seguro; aunque en este ‘coloquio’ no queda mucho de él. Ramon Fonteserè se enfrentaba a su primer montaje como director tras la marcha de Boadella –que participa en la adaptación– y sale airoso, aunque en esta obra se echa de menos más sátira sobre una realidad que da para mucho. No es nada fácil mezclar un texto cervantino con críticas sobre el IVA o la Sanidad y, menos aún –¡ay!–, con bromas acerca de la fertilidad de los Ruiz Mateos. Y a veces todo está demasiado forzado.
Cipión y Berganza son aquí perros de alta cuna más que reencarnados –fueron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, además de mosca, meretriz y hasta lirio–. Dos perros sabios que, por una noche, cambian los ladridos por palabras para narrar al guarda de la perrera (Xevi Vilà) sus vidas y hacerle ver lo ridículos que somos los bípedos, por ejemplo, creyéndonos libres. Pero ya digo que pocas bofetadas se dan al humano común para las que nos merecemos.
Hartos están estos canes de nosotros, y no es para menos viendo a sus dueños: ‘mamis’ que no quieren abandonar a sus cachorros –¡sí!, ¡lo confieso!, a mí también me da pena dejar solo a mi gato–, pastores nada bucólicos o ricachonas operadas que quieren fundar la Sociedad de Perros Discapacitados. Y a ellos se unen otros personajes –todos interpretados por Dolors Tuneu y Xavi Sais– como la genial pareja formada por el collie y la pequinesa, el veterinario/cirujano plástico, los ‘animalistas’ que se creen héroes, etc. Personajes algunos muy divertidos y otros demasiado tópicos. Sí, ya sé que Els Joglars los construyen precisamente para denunciar y reírse de eso, de los estereotipos que tenemos en la cabeza, pero aquí no siempre funciona. Y la línea que separa lo grotesco y lo vulgar se desdibuja.
Todo mejora, sin embargo, cuando uno mira a Cipión y Berganza, a los fantásticos Fontserè y Pilar Sáenz, que manejan el ladrido, el jadeo –¡cómo pueden mover así la lengua!–, el cruce de patas y el rascado de oreja con maestría y sin necesidad siquiera de pasarse a las cuatro patas. Estos chuchos que están de vuelta de todo y solo quieren descansar en su particular asilo son lo mejor del montaje. La caracterización y el trabajo gestual de Fontserè y Sáenz es impecable. Y el resto de actores también hace un trabajo físico importante, no abandonando nunca un escenario casi desnudo pero muy efectivo en el que un plumero se puede convertir en loro o las correas en material para hacer punto de cruz. Que la imaginación del bípedo trabaje… A ver si así conseguimos acercarnos un poco a la sabiduría animal.