Elisa rompe el silencio de dos años. Se coloca delante de la cámara dispuesta a enseñar su cicatriz… esa que antes fue “zarpazo y sangre”. “Contar su historia es curar la enfermedad de su ausencia”, dice, y está dispuesta a ajustar cuentas con la memoria.
A través de Elisa, nos acercamos en ‘La casa vacía’ a la historia de Lidia. Una artista que, en esta pieza de danza-teatro documental, son muchas artistas. La compañía vasca Proyecto Larrua, tras un intenso trabajo de documentación y creación, traza una línea borrosa entre ficción y realidad en este montaje que llega a la Sala Cuarta Pared dentro del Festival Essencia. Y regala precisamente eso, esencia… “Aquello que constituye la naturaleza de las cosas” apunta la RAE que es la esencia. Y en escena está el amor y el dolor, el vacío, el recuerdo, la ansiedad por querer ser, el anhelo de dejar huella… y la emoción, que recuerda Elisa que es lo único que resiste al olvido. Todo lo que constituye nuestra naturaleza, no solo la de Elisa y la de Lidia.
Arranca el montaje con un precioso texto que nos descubre la fragilidad de Elisa, la asistente y la compañera sentimental de Lidia. Su admiradora cuando se conocieron. Su cuidadora al final, cuando el cuerpo de la artista iba desapareciendo –“me siento poco”– y trataba de dar forma a su última creación: una instalación sin objetos, una ‘casa vacía’ donde sucede toda la acción en escena y en la que se ha convertido también Elisa, engullida por la ausencia. Revivimos con ella esa contradicción entre la necesidad de callar, de guardar los recuerdos para que sigan siendo nuestros, solo nuestros, y la necesidad de contar, de volver a vivirlos a través de la palabra y de la escucha del otro.
La dificultad de sobrevivir en el mundo del arte siendo “una mujer, lesbiana y con enemigos”. La reflexión sobre un arte que no debe agradar, sino impactar, hacer preguntas, causar vértigo. Poner la piel de gallina. La locura creadora y las crisis, cuando parece que no hay nada que contar. La necesidad, no solo de los artistas, de trascender. Todo ello se mezcla también en esta cuidada pieza que equilibra con destreza palabra y danza. En la que los bailarines hablan y la actriz baila. En la que los cuerpos construyen en escena piezas de arte llenas de referencias. En la que los desnudos –delicados, pertinentes, elegantes– emocionan.
Con este montaje ha armado la compañía vasca “un collage de vida, imágenes y recuerdos”. Y en esa sucesión de escenas hay variaciones de ritmo, que baja inevitablemente en ocasiones. Hay escenas en las que la emoción es protagonista y otras de disfrute quizá pensadas para dejar respirar al espectador, pero en las que, a pesar de la diversión, de la plasticidad, del juego que también es la danza, uno echa de menos ese pellizco que reaparece en un hermoso final. Un cierre perfecto que es mucho mejor descubrir en directo, pero del que, discúlpenme, es imposible no hablar.
Elisa –fantástica Begoña Martín– confiesa que tiene las manos cada vez más frías y que ya no siente mucho. Habla, baila, se desnuda físicamente también. Y da las gracias por poder contar su historia, quizá invadida ahora por ese miedo al olvido. A olvidar, olvidarla y olvidarse. Da las gracias antes precisamente de abandonar su segundo plano vivido junto a la creadora y convertirse en protagonista eterna, en arte, en emoción. En eso que sí se graba en la memoria… Piel de gallina.
LA CASA VACÍA / Proyecto Larrua
Sala Teatro Cuarta Pared _ 07/07/23
Coreografía: Jordi Vilaseca
Intérpretes: Begoña Martín, Ingrid Magrinyà, Maddi Ruiz de Loizaga, Ainhoa Usandizaga, Aritz López
Textos: Pedro Casas
Dramaturgia: Jordi Vilaseca & Pedro Casas
Diseño de iluminación: David Alcorta
Escenografía: Enric Planas
Espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Vestuario: Xabier Mujika
Coproducida por: Gobierno Vasco, Red de Teatros de Vitoria Gasteiz, Dansa Metropòlitana, Proyecto Larrua y La Faktoria.