‘UN ENEMIGO DEL PUEBLO’
- PRODUCCIÓN: Kamikaze Producciones
- TEXTO: Henrik Ibsen
- VERSIÓN Y DIRECCIÓN: Àlex Rigola.
- INTÉRPRETES: Nao Albert, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes
- LUGAR Y FECHA: Teatro Circo Murcia / 26 de octubre
Los actores están sobre el escenario, paseando, hablando, tocando la guitarra y haciendo toda una declaración de intenciones llevando de un lado a otro la ‘ética’ en globos. Va a empezar el espectáculo, pero esta vez las luces no se apagan… La participación del público será clave para la propuesta escénica que plantea Teatro Kamikaze en esta versión libérrima del texto de Ibsen ‘Un enemigo del pueblo’. ¿Cartulinas preparadas? Comienza la votación.
¿Hasta qué punto somos libres? ¿Nos autocensuramos? ¿Qué valor tiene nuestro voto? ¿Es legítimo votar pensando más en los intereses propios que en el bien común?… Estos son algunos de los interrogantes que, ya en el programa de mano, plantea Àlex Rigola. Y para que el público también se los cuestione, ha orquestado un experimento escénico con unos toques de Ibsen y su historia sobre aguas y sociedades podridas, un poco de debate del público ‘micro en mano’ y otra pizca de ‘juego democrático’ que da un resultado efectivo, sí, pero algo pobre también.
Comienza ‘Un enemigo del pueblo’ con el público votando si cree en la democracia, si los miembros de las compañías deben poder decir lo que creen sin temor a represalias aunque reciban ayudas públicas y si, como acto reivindicativo, se debe o no suspender la obra de teatro… Y sorprende –sobre todo porque no es un farol– lo ajustado del resultado en este último caso, lo que me temo que evidencia, más que el compromiso del público, que no hay nada como ese “¿hay huevos?” que pronuncia uno de los intérpretes para movilizar al personal.
Los actores, que usan sus nombres reales, miran al público, le interpelan, invitándole a reflexionar primero con las cuestiones planteadas y, luego, a través del texto de Ibsen, reducido –eso sí– a la mínima expresión. Una fórmula ya usada por Rigola en ‘Vania’, aunque con desigual resultado, porque si en la versión del texto de Chéjov la esencia se concentraba en el interior de un cubo creando un ambiente subyugante, aquí el texto se diluye y desdibuja quedando reducido a apenas media hora y casi a una excusa para la votación final.
Aún así, por la naturalidad y el talento y trabajo de los actores, merece la pena sentarse en la butaca. Sobre todo por Israel Elejalde, actor soberbio que recoge en escena los pensamientos del comprometido Stockmann y que brilla por encima de personajes que se quedan en esbozos porque no hay tiempo para más… O mejor dicho, porque Rigola decide dar ese tiempo al público para que, en lugar de celebrarse sobre el escenario la asamblea ciudadana, se haga en el patio de butacas. Arriesgada propuesta porque, lamentablemente, no todos somos Elejalde declamando ni Ibsen construyendo discursos, y el interés decae irremediablemente.
Tras la votación final y con el canto a los bichos raros que no encajan, con Nao Albert interpretando ‘Creep’ de Radiohead a la guitarra, el público se suma al debate mientras abandona el teatro. Objetivo conseguido el de remover al espectador. El de hacerlo a través de las palabras de Ibsen… no tanto. Quizá lo más llamativo es que el teatro, más allá de plantear preguntas y conflictos al espectador y de darle herramientas para resolverlos, sea ahora el que tenga que ceder la palabra a los ciudadanos que, lamentablemente, no encuentran otro foro en el que poder expresar sus opiniones. Porque ganas de hablar, de ser escuchado y de votar algo más que cada cuatro años, queda claro –por los aplausos finales– que las hay. Pero, ¿debe el teatro asumir ese papel? ¿Cartulinas preparadas?
Crítica publicada en el periódico ‘La Opinión de Murcia’ el 28 de octubre de 2018